26 de julio de 2011

Durante esos viajes nos transformábamos en nómades. En realidad nos movíamos por el tiempo más que por el espacio. Más aún; el espacio quedaba relegado a un segundo plano y pasaba a ser el envoltorio de nuestras burbujas temporales. Esas cápsulas en las que nos refugiábamos de los días que -pensábamos- nos iban a doler.

Tiempos en que no había otra verdad que la de sentir que, contradictoriamente, marcharse era estar en casa. Una casa que, simplemente, cambiaba de habitantes, olor, luces y sonidos en función de dónde nos llevara el tiempo esa vez.

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